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:: Juzgando deprisa ::


Hace algunos años, por esta temporada, me encontré en una red social con un comentario más o menos así: “Es impresionante como hay tantas mamás que están emocionadas por que sus hijos regresan a clases, ¡no sé por qué no los disfrutan y ya quieren mandarlos al colegio!”.

El comentario lo escribía una chava que aún no tenía hijos... Me hizo mucha gracia y, como se imaginarán, me llevó a reflexionar sobre algunas cosas.

¡Juzgar a los demás es tan sencillo! Educar a los hijos de otra familia, llevar el mejor de los matrimonios cuando no estamos en él, disfrutar la vida de alguien más, ¡y ni hablar de resolver los problemas ajenos! ¡Todo es más fácil cuando no lo estamos viviendo nosotros!

Antes de ser mamá yo sabía exactamente cómo iba a educar a mis hijos: todo sería muy sencillo, berrinches nunca existirían en mi casa, las reglas e indicaciones se obedecerían a la primera, comeríamos comida súper sana, la casa estaría perfectamente limpia, yo haría miles de actividades con ellos estilo “Mary Poppins” y al mismo tiempo sería la más exitosa en mi trabajo... ¿Se identifican?

¡Mi realidad es hermosa! De verdad que no me puedo quejar. Pero no se parece mucho a todo lo que tenía resuelto cuando aún no conocía a mi esposo... ¡Y así nos pasa tantas veces al día!

Leemos tres renglones en Facebook, nos cuentan alguna situación o vemos dos fotos en Instagram y sentimos que ya conocemos a la persona, que sabemos su vida y que podemos decirle cómo debe llevarla.

No olvidemos que toda historia tiene dos versiones: la que vive la persona y la que los demás vemos. La mayoría de las veces no conocemos la situación, los problemas o las condiciones por las que atraviesa alguien más.

Tomemos unos minutos antes de comentar sobre otra persona o sobre algún problema en particular. Estamos acostumbrados a vivir deprisa y emitimos juicios de la misma manera. Ese tiempo extra puede ser la diferencia entre hablar de más y arrepentirnos o hacer comentarios que valgan la pena.

¡No prejuzguemos! Hay que darnos la oportunidad de conocer a esa persona con la que creemos nunca podremos ser amig@s.

Si nos pusiéramos en los zapatos de esa mamá que vemos en el súper con hijos gritando y sin obedecer, o del papá que está en su celular resolviendo un asunto del trabajo cuando intenta jugar con sus hijos en el parque, ¡el mundo seria muy distinto!

Y esto aplica también dentro de nuestra familia, de nuestro matrimonio, incluso con nosotros mismos. ¡Es ahí donde menos necesitamos juicios sin sentido!

Nuestros hijos necesitan que los eduquemos pero no que seamos un juez de cada una de sus acciones. Cada hijo es único, tiene habilidades y talentos que lo hacen ser especial y necesita que lo impulsemos a ser mejor sin criticarlo a cada momento.

Seamos pacientes con nuestr@ espos@ cuando no resuelve las situaciones de la forma que nos gusta, cuando reacciona a su propia manera, cuando no hace lo que yo espero. No supongamos el por qué lo hace, o tomemos cada una de sus acciones como ofensas personales.

Con nosotros mismos, ¡no nos exijamos tanto! Somos los jueces más severos cuando se trata de nosotros. Demos lo mejor que tenemos, hagamos el mayor de los esfuerzos y no nos reprochemos por cosas del pasado.

Ocupemos más de nuestro tiempo viviendo nuestra vida, ¡es la única que podemos vivir realmente!

Recuerda, si pudiéramos ver el corazón de los demás, con los desafíos y las condiciones que enfrentan, seguramente seríamos mucho más pacientes, comprensivos, tolerantes y amables.

Paola Gutiérrez

www.caminandojuntos.net

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