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:: El Sínodo no está a la venta ::


Esta semana ha estado llena de encuentros maravillosos. El primero fue con los abuelos y nietos de una familia amiga. La abuelita comenzó a contarme cómo conoció a su esposo. Fue un proceso lento, que inició desde que ella era niña. Poco a poco, con la ayuda de una que otra “celestina”, acabaron enamorados. Terminó el relato mirando fijamente a su nieto menor: «Llevamos 45 años de casados, y puedo asegurarte que cada día lo quiero más. Si volviera a vivir, volvería a casarme con él.» El chico se limitó a comentar: «¡45 años! ¡Wow, sí que están viejos!» Y sí, se dicen rápido. Pero 45 años son 45 años, con todo lo que conllevan, de alegrías y de penas, de lágrimas y de sonrisas. Y es que el amor no es algo que sólo se cuente por los días, sino sobre todo por los sacrificios que has hecho por la persona amada. El segundo fue con unos novios. En cuanto los vi, supe que estaban profundamente enamorados. Él la trataba con la delicadeza con la que uno trata el mejor de los tesoros. Ella lo miraba con un amor que seguramente derretía su corazón. «Padre, no nos casamos nada más porque nos queremos. Sabemos que eso no basta. Deseamos hacerlo porque yo quiero entregarme totalmente a ella para hacerla feliz, y ella anhela hacer lo mismo.» A fin de cuentas, ¿qué es la familia si no un “laboratorio de felicidad”? Ésta no tiene otro objetivo que hacer felices a cada uno de sus miembros, tan felices como cada uno sea capaz. Sé que esto no siempre resulta. A fin de cuentas, somos libres y podemos elegir hacer daño a los demás. Pero eso no quita el porqué de la familia como institución. Como saben, los focos de los medios de comunicación se dirigen en estos días a Roma, donde se está llevando a cabo el Sínodo de la Familia, liderado por el Papa Francisco. Todos tenemos grandes esperanzas puestas en esta reunión. Pero no nos engañemos: la felicidad no es cosa fácil. Y si pensamos que el Sínodo va a rebajar las exigencias que el mismo Jesús ha puesto, nos va a desilusionar muy pronto. Estoy convencido de que, mucho más allá de soluciones simplonas, o concesiones a las miles de presiones mediáticas, lo que el Sínodo dará será una guía acogedora, comprensiva y adaptada a los tiempos actuales, pero no por eso menos exigente. A nosotros, pastores, nos corresponde acompañar a cada miembro de la Iglesia con gran caridad y delicadeza, sin emitir juicios previos, sino más bien, aplicando la misericordia del mismo Jesús, manso y humilde. Pero la Iglesia no puede jugar con el mensaje de Cristo. Su labor no es rebajarlo, sino hacer que se viva con mayor plenitud. No esperemos, pues, soluciones fáciles, sino una mayor comprensión y acogida, así como un acompañamiento más cercano y adaptado a cada situación, pero dirigido fijamente hacia el ideal de santidad que el mismo Cristo nos dejó. Recemos por cada uno de los miembros del Sínodo, para que el Espíritu Santo los ilumine y guíe en esta importante misión.

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