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:: “¡Ni parientes somos!” ::


Cada vez escuchamos con más frecuencia esta exclamación entre los matrimonios: “¡ni parientes somos!”. Y lo hacemos como tratando de justificar el hecho de que nos podemos aventar hasta el florero, porque al fin y al cabo, no somos nada. ¡¿Nada?! ¿Te parece poco haber hecho un compromiso para toda la vida? Un compromiso por amor, para amar, en el amor que sellaste con la entrega de tu cuerpo. No fue el papel que firmaste, no. Fuiste tú mismo, todo tú quien grabó ese sello. Efectivamente, los esposos no tenemos un “parentesco de sangre”, pero sí tenemos un parentesco de carne que a veces olvidamos. “¡Eres hueso de mis huesos y carne de mi carne!” Nos hemos hecho ¡UNA SOLA CARNE! ¿Puede haber unión más íntima en la tierra?¿Qué pensarías si te digo que de la unión de los esposos depende el futuro de la civilización? Parece algo descabellado poner las cosas así, pero es cierto. El futuro de la humanidad depende de la intimidad que se viva en la alcoba de los esposos. Con esto, no me refiero sólo a la intimidad sexual, sino a una intimidad en todos los sentidos. Una intimidad que incluye la sexual, pero también la intimidad afectiva y espiritual. Un amor que requiere la totalidad, la fidelidad, la libertad… ¡Deseamos demasiado poco! ¡Ése es el problema! Como esposos, somos más que parientes, nos debemos a nosotros mismos; el uno a la otra. De ahí que cuando no existe esta entrega total y mutua, la relación empieza a tambalear, la relación con los hijos también, la relación entre los hermanos, también, la relación con otras familias también… Y de ahí a la sociedad y de ahí al mundo… La tarea es ir haciéndose poco a poco una sola carne. ¡Claro que cuesta! Pero no es imposible. En el próximo artículo hablaremos un poco más de esto último. Elena y Humberto

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