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:: Consultorio Conyugal 3 ::


En una ocasión estábamos impartiendo un curso prematrimonial y le preguntamos a los oyentes: ¿por qué se quieren casar?

Uno de ellos, contestó a bocajarro: “¡para acostarme con ella, sin pedirle permiso a nadie!”

Su respuesta no fue un por qué, sino un para qué, lo cual de entrada es algo interesante. Y probablemente en el fondo de su respuesta existía una genuina necesidad de ser independiente de la familia de origen o algo así.

Bueno, pero y ella, ¿no tiene que dar ella “el permiso” en este caso?

En el Cantar de los Cantares hay un verso que dice:

“¡Ábreme, hermana mía, mi amada, paloma mía, mi preciosa!”

Y un poco más adelante responde ella:

“Yo misma le abrí a mi amado”

El autor del Cantar es claro cuando habla del misterio que ella custodia. Un misterio que es la belleza de su dignidad. Pero no solo de su dignidad como persona femenina, lo cual ya es bastante, sino también, de la dignidad de la unión íntima de los esposos.

Cuando se pierde la consciencia de esto, podemos reducir el significado del acto sexual y caer en la rutina.

Por eso, no es raro que lo largo de la vida conyugal nos encontremos con temporadas en las que es más difícil poder tener intimidad sexual. Esto puede tener su causa en el cansancio o en un ritmo de vida muy acelerado. Sin embargo, aún entonces los esposos buscan sus espacios y los encuentran.

Cuando la cosa es grave es cuando existe una constante falta de disposición para el acto conyugal. ¿A qué se debe esto? ¿Podemos echarle la culpa al “siempre lo mismo” del chiste? Definitivamente no.

¿Qué pasa en estos casos?

Pasa que en ocasiones no nos sentimos amados en la relación sexual, sino más bien, usados. No experimentamos una mirada de ternura de parte del otro. Esta mirada de ternura es la que abre la puerta a la intimidad porque nos permite reconocer en el otro a un ser único e irrepetible.

¿cómo me siento cuando tenemos relaciones sexuales? ¿me siento amado? ¿me siento mirado con ternura? ¿me siento usado?

Lo malo es que cuando experimentamos estas cosas, no siempre las comunicamos y ¡HAY QUE HABLAR! ¡DECIR LO QUE SENTIMOS! Es fundamental si queremos solucionar las cosas.

El extremo de este problema (no querer tener intimidad sexual), lo podemos encontrar en algunas circunstancias que incluso no son del todo conocidas por los esposos. En este caso me refiero por ejemplo a un abuso sufrido en la niñez. Ante esta situación, lo mejor es pedir ayuda. Ahí si se necesita la ayuda de un experto para poder sanar las heridas del corazón.

¡Cuántos matrimonios se rompen por no atreverse a hablar de sus heridas!

¡Que el tuyo no sea uno de estos!

Dudas y comentarios:

elenaisabeldelafuente@gmail.com

Elena y Humberto

www.caminandojuntos.net

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